2/10/2021 Sistemas Alimentarios Sostenibles: hacia una recuperación justa y resiliente en MéxicoRead Nowfoto: pexelsfuente: Lisa Grabinsky y Victoria Forastieri (animal político)
Todas las personas necesitamos comer. La incertidumbre sobre el acceso a alimentos al inicio de la pandemia del COVID-19 orilló a gobiernos a categorizar a su producción, distribución y venta como “actividades esenciales”. Afortunadamente las cadenas de valor se han mostrado resilientes en el corto plazo. Sin embargo, ese susto inicial —alimentado por imágenes de anaqueles vacíos derivadas de las compras de pánico— es una advertencia de la crisis alimentaria que podría llegar a darse con el cambio climático. Aunque a lo largo de 2020 la producción de alimentos en México tuvo indicadores positivos, la limitada vinculación entre productores y mercados diversos —combinada con cierres de restaurantes y una deficiente gobernanza de los espacios de compraventa que resultó en clausuras temporales por convertirse en focos de contagio— han generando pérdidas y desperdicio de alimentos. La caída del consumo y demanda de alimentos perecederos podría desincentivar su producción, sobre todo ante el incremento en la inseguridad alimentaria. Ésta última se asocia con una disminución en el poder adquisitivo por una reducción de ingresos y/o por pérdida de empleo. De hecho, la Organización Internacional del Trabajo estima que aproximadamente 44% del empleo total en México está en riesgo alto por la pandemia. Además, la ENSARS-CoV-2 mostró que, de la mano de la creciente inseguridad alimentaria, hubo un aumento significativo en el consumo de alimentos y bebidas ultra procesadas. En México, a la vez que aún persisten problemas de desnutrición —sobre todo en niños menores de 5 años y mujeres embarazadas o en periodo de lactancia—, los índices de sobrepeso, obesidad y enfermedades metabólicas asociadas (como diabetes tipo 2) han aumentado considerablemente en últimos años. Esta problemática de salud pública fue uno de los factores determinantes de la elevada tasa de mortalidad que el COVID-19 ha tenido en la población mexicana. La pandemia ha llegado a terminar de formar la tormenta perfecta. La crisis sanitaria y de desempleo, junto con las deficiencias existentes en las cadenas agroproductivas, dañan a la seguridad alimentaria y la buena nutrición de la población. En consecuencia, los costos en salud pública continúan en aumento, limitando cada vez más la capacidad presupuestaria para iniciativas de recuperación económica. FOTO: FREEPICKLa alianza Latinoamericana Sostenible —que ha publicado un conjunto de Policy Briefs para diversas temáticas en la región, con especial énfasis en México, Chile y Colombia— se ha posicionado con respecto al tema de sistemas alimentarios en México y ha identificado una serie de recomendaciones específicas para poder aprovechar este momento coyuntural y desarrollar un modelo justo y resiliente.
En este sentido, en cuanto a producción, el sector agropecuario es clave para lograr disminuir las emisiones de gases y compuestos de efecto invernadero (GyCEIs) para el 2030. Por ello, recomendamos explorar mecanismos que faciliten la transición hacia prácticas agrícolas sostenibles, como: 1) la implementación de certificaciones y sellos de calidad para agroexportadores (especialmente para aquellos productos dirigidos hacia Estados Unidos y Canadá), y 2) una racionalización de subsidios agropecuarios para fomentar la diversificación de cultivos. El caso de pequeños y medianos productores es diferente, pues son quienes se encuentran en mayor riesgo de una falta de liquidez. Ésta se relaciona con costos de producción, una reducida demanda local de alimentos perecederos (frutas, hortalizas y lácteos) y la dependencia de intermediarios para comercializar sus productos. Un área de oportunidad implica aprovechar la infraestructura de los programas “Sembrando Vida” y “Producción para el Bienestar”. Ello tanto para fomentar prácticas sostenibles y de auto-producción de algunos insumos por medio del acompañamiento técnico, como para facilitar la vinculación comercial entre beneficiarios, compradores y consumidores. Además de los beneficios a la nutrición individual y familiar que una dieta rica en alimentos frescos y variados otorga, una mayor diversificación de cultivos conlleva a un uso más responsable de recursos naturales y una menor susceptibilidad a plagas y fenómenos meteorológicos. Y como no basta con producir más si estos alimentos no llegan a los consumidores finales, recomendamos explorar la implementación de cadenas cortas agroalimentarias y de nuevas formas de comercialización (e-commerce). Sobre todo es crucial destacar la relevancia de los mercados públicos como fuentes básicas de suministro de alimentos en México, ya sean fijos o tianguis. Esto se traduce en acciones para fomentar una buena gobernanza, actualizar reglamentos locales en temas de sanidad e higiene y trabajar en conjunto para hacer estos espacios seguros. Finalmente, recomendamos fortalecer esta vinculación comercial por medio de la incorporación de productores locales a esquemas de compras públicas. Previo a la pandemia, ya contábamos con diversos programas públicos de alimentación (p.e. SEGALMEX con sus tiendas Diconsa o los desayunos escolares del DIF), pero también han surgido nuevos apoyos para atender la emergencia. Continuar y replicar estos esfuerzos —incorporando a productores locales y en congruencia con la legislación del etiquetado frontal— es una oportunidad para incidir de manera positiva en las economías locales y en las dietas de las poblaciones más vulnerables. Estas y más recomendaciones son emitidas en el Policy Brief “Sistemas Alimentarios Sostenibles: hacia una recuperación justa y resiliente”, el cual forma parte de la estrategia de incidencia de la Alianza Latinoamérica Sostenible y donde se establece como mensaje clave que la promoción de la resiliencia debe ser el eje central de las políticas de recuperación de la crisis por COVID-19.
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